En el transitar de la vida el ser humano está expuesto a la experiencia del duelo, desde la muerte de un ser querido, la ruptura de una relación, el fracaso de una amistad, hasta la carencia de bienes materiales, y la partida de una mascota. En fin, la pérdida se vuelve parte inevitable del camino, sin querer ahondar en las profundas razones de orden biológico, social o espiritual, por las que ocurre.

La pérdida, especialmente las pérdidas humanas, sean cuáles sean las circunstancias que la acompañan, conllevan a un proceso doloroso, acompañado de pensamientos, emociones, sentimientos y acciones que ponen en riesgo nuestra anhelada paz interior.

Las circunstancias en las que ocurre, a veces tan inesperadas, pues aunque tratamos de prepararnos, parece no ser suficiente, dejan grandes heridas, interrogantes sin respuestas, lo que hace más duro el proceso.

Y es justamente, por la propia naturaleza humana, tendiente a evitar el dolor y a buscar solo experiencias gratificantes, que transitar el duelo, se vuelve una vivencia casi insoportable, porque nos confronta, nos pone de frente a una realidad finita, nos hace dudar de las cosas más evidentes, incluso nos hace perder la fe en aquello sobre lo que siempre nos hemos sentido seguros.

Es mucho lo que se puede decir acerca de ese dolor profundo que nos deja la pérdida, pero quisiera detenerme en un aspecto de esta vivencia, que dejamos de lado la mayoría de las veces: la oportunidad para crecer.

Si, mientras vivimos profundamente el dolor, no solemos tener en cuenta, que en medio de la desdicha hay un umbral que da paso al crecimiento personal, una oportunidad de transformación profunda de nuestro ser, precisamente porque nos permite conocer, valorar, aprender y cambiar. El dolor puede ser una inagotable fuente de aprendizaje, todo va a depender de cómo lo afrontemos.

Y, aunque no es cosa sencilla, este camino puede fortalecernos y renovarnos a gran escala. Basta abrir el alma y disponernos a navegar en la profundidad de nuestro interior, en la búsqueda de aquello que se esconde tras el dolor y dejarlo fluir para nuestro propio bienestar.

En principio será difícil verlo, pero a medida de que seamos conscientes de esta oportunidad de aprendizaje, podremos dar paso a lo positivo. Y es allí, donde el dolor, que no deja de sentirse, aún con el paso del tiempo, se convierte en un instrumento para hacer brillar la esencia de amor y de luz que habita en nosotros.

Esta reflexión la hago pensando en aquellos momentos en los que he transitado por estos pasajes de la vida y lo mucho que he aprendido, pero también pensando, en aquellos pacientes que acompaño, cuyo sufrimiento se va convirtiendo en fortaleza, y han podido a darle un nuevo sentido a la pérdida, a ellos mi admiración y respeto. Pero también pienso en aquellas personas que viven con dolor sin saber cómo llevarlo, a ellas, quiero invitar a buscar las herramientas necesarias para transformar sus vidas.

El apoyo de familiares, amigos, ayuda a alivianar la carga, la compañía en esos tiempos es una buena aliada, y si eso no es suficiente, el acompañamiento profesional permite disipar las tinieblas y encontrar un nuevo sentido a la existencia. En Afectus, estamos dispuestos a ir de la mano contigo en este proceso, sea desde la psicoterapia individual o desde los grupos de apoyo. Queremos ayudarte a pasar por el dolor y salir reconfortado de ello.